Al menos desde la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, la geopolítica y el planteamiento de la política exterior había sido clara: los entonces dieciocho miembros de la OTAN, consideraban a la democracia occidental, así como los valores y principios del Estado de Derecho, elementos comunes que se debían precautelar en el escenario internacional.
Había por lo tanto un consenso generalizado respecto a lo que significó la época oscura de la Unión Soviética y sus estados satélites, dominados bajo el yugo del garrote militar.
Las dictaduras en los países satélites de la ex Unión Soviética, conocidos como los Estados del Bloque del Este o el Pacto de Varsovia, fueron en gran medida influenciadas y respaldadas por el régimen soviético. Estos países se encontraban bajo la esfera de influencia de la Unión Soviética y compartían sistemas políticos similares. Las dictaduras en los países satélites de la ex Unión Soviética compartieron características comunes, como la represión política, la falta de libertades civiles y el control del Partido Comunista. Sin embargo, cada país tuvo su propia historia y desenlace en su camino hacia la democracia, que en muchos casos se materializó en la década de 1990 con la caída de los regímenes comunistas.
La Guerra en Ucrania, y los reajustes geopolíticos, militares y geoestratégicos en el mundo de hoy, no parecen obedecer necesariamente a esa lucha entre democracias y dictaduras que he planteado en líneas precedentes. En efecto, aunque parezca una gran paradoja, se ve con meridiana claridad que una parte de la socialdemocracia europea ve con cierto romanticismo a figuras políticas ligadas a Vladimir Putin y otros enclaves geográficos del totalitarismo mundial.
Con notable sorpresa, por ejemplo, un medio público alemán, y varios otros no menos importantes de Europa, titulaban en portadas principales, el lunes pasado, que el nefasto Evo Morales Ayma – quien es acusado de narcotráfico, pedofilia, y otros delitos graves ante instancias internacionales – sería futuro candidato presidencial de Bolivia. ¿Los políticos europeos ven con buenos ojos que dicho aliado de Rusia, y otros gobiernos totalitarios del orbe, sea futuro presidente del país?.
Hoy por hoy, lamentablemente, la política se ha tornado desordenada o, para decirlo en otros términos, líquida. La «sociedad líquida» de Zygmunt Bauman se refiere a un entorno social caracterizado por la fluidez, la falta de solidez y la movilidad constante. Bauman utiliza este concepto para analizar cómo estas características impactan en la vida cotidiana, las relaciones humanas, la política y la cultura en la era posmoderna.
Que en el siglo pasado un medio público europeo o una agencia de noticias del Viejo Continente enviara flores a algún cortesano de Nicolae Ceaușescu, hubiera causado alto impacto negativo. Esto no ocurre en el presente. Europa padece un desorden líquido o ceguera de tal calado que no sería extraño, que ciertos aliados europeos de Ucrania y miembros de la OTAN, se reúnan en un ambiente festivo al ver al cocalero – “hermano de Putin” – en su misma mesa. Y qué mejor, como Presidente del “autodenominado” Estado Plurinacional.