En Bolivia, como en otras partes de América Latina, los términos izquierda, derecha y socialismo funcionan muchas veces como etiquetas vacías, desconectadas de las prácticas reales de los gobiernos. El Movimiento al Socialismo (MAS) es un ejemplo paradigmático de esta confusión: un partido que se presenta con retórica popular, pero que en los hechos representa un proyecto profundamente conservador y autoritario. No hay en el MAS un discurso progresista auténtico ni un compromiso con valores transformadores; lo que existe es una estrategia para conservar el poder mediante el control institucional, la represión del pluralismo y el reforzamiento de un orden excluyente.
Desde su llegada al poder en 2006, el MAS supo canalizar el descontento frente al neoliberalismo y las élites tradicionales. Sin embargo, como advirtió Norberto Bobbio, la verdadera distinción entre izquierda y derecha no se define por las palabras, sino por la relación concreta con la igualdad y el respeto a las libertades fundamentales. En este sentido, el MAS ha dado forma a un sistema que ejemplifica el autoritarismo conservador: presos y perseguidos políticos, concentración del poder en un núcleo reducido, ausencia de separación efectiva de poderes, etnocentrismo que excluye y discrimina, y un aparato comunicacional estatal destinado a la propaganda oficialista y a la difamación de los disidentes.
Como advirtió Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, “quienes prometen el paraíso en la tierra nunca han hecho otra cosa que preparar un infierno”. En nombre del pueblo, el MAS ha clausurado los espacios de deliberación auténtica y ha sustituido el pluralismo por un relato único impuesto desde el poder. Su modelo económico extractivista, el desprecio por el medio ambiente y el desinterés por construir un verdadero pacto social inclusivo lo alejan de cualquier noción seria de progresismo. Como señala Michael Sandel, un proyecto progresista debe estar animado por la solidaridad, la justicia social y la deliberación democrática genuina. Ninguno de estos principios define hoy al MAS.
De cara a las elecciones de agosto de 2025, difícilmente Andrónico Rodríguez, o cualquier otro dirigente surgido de un partido que ha gobernado casi dos décadas bajo un mismo patrón, será capaz de cambiar el rumbo institucional del país. El poder que se ha ejercido es autoritario por antonomasia, y su continuidad parece más orientada a mantener ese modelo que a transformarlo. Las estructuras están diseñadas para reproducir el control y sofocar cualquier intento de reforma real. La historia reciente del MAS no deja espacio para ilusiones: el cambio de rostro no implica un cambio de régimen.
El régimen construido por el MAS responde a los rasgos clásicos del autoritarismo conservador: represión del disenso, culto al líder, uso clientelar de los recursos públicos, negación de los contrapesos institucionales y clausura de los espacios de participación auténtica. Como advertía Giovanni Sartori, eso constituye una democracia de fachada, donde el ropaje institucional oculta el vaciamiento de sus contenidos esenciales. Y como planteaba Claude Lefort, el poder que se cierra sobre sí mismo y niega la indeterminación inherente al conflicto democrático se convierte en una maquinaria de dominación.
Bolivia necesita un debate honesto y valiente sobre la verdadera naturaleza de su sistema político, un debate que supere el fetichismo de las etiquetas y evalúe a los gobiernos por sus actos concretos. Como recordaba Hannah Arendt, “la esencia del gobierno totalitario es transformar a los hombres en marionetas”. Ningún proyecto digno de ser llamado progresista o democrático puede aspirar a eso.
Un texto claro, preciso y contundente, con valiosas citas de autores prestigiosos. Ojalá que sirva para que muchos en Bolivia despierten del sueño autoritario y excluyente en que han estado dormidos por tantos años.